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El totalitarismo emocional: Cuando la positividad tóxica silencia el malestar social

  • Foto del escritor: Bienestar y comunicación
    Bienestar y comunicación
  • 31 ene
  • 2 Min. de lectura

En un mundo donde el pensamiento positivo se ha convertido en una norma casi obligatoria, Carlos Javier González Serrano, en su artículo El totalitarismo positivo (2023), nos invita a reflexionar sobre los peligros de una cultura que demoniza emociones como la tristeza, la frustración o la indignación. Este "régimen emocional totalitario", como lo llama el autor, no solo afecta nuestra salud mental, sino que también silencia las voces que podrían desafiar las injusticias del sistema.


González Serrano argumenta que la psicología positiva, al promover un enfoque obsesivo hacia la felicidad y el éxito, ha creado un léxico economicista para describir nuestras emociones: "gestionar", "rentabilizar", "progresar". Este lenguaje, heredado de las políticas neoliberales, reduce nuestro bienestar a un mero indicador de crecimiento, ignorando las desigualdades y el malestar social que persisten.


Pero, ¿qué perdemos cuando eliminamos las emociones "negativas" de nuestra vida? Según el autor, estas emociones son fundamentales para nuestra maduración psicológica y social. La tristeza, el enfado o la indignación no son solo respuestas naturales, sino herramientas poderosas para la disidencia y el cambio. "Son esas emociones negativas las que nos unen y hermanan en nuestras desavenencias y nos empujan a luchar por una posible mejora", escribe González Serrano.


Este enfoque nos recuerda las advertencias de Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo (2004), donde describe cómo los regímenes totalitarios manipulan a las masas a través de la propaganda y el control emocional. Arendt señala que el líder totalitario depende de la lealtad incondicional de las masas, que son fácilmente manipuladas cuando se les priva de su capacidad para cuestionar y sentir.


Hoy, vemos cómo esta dinámica se repite en la imposición de una positividad tóxica que nos impide reconocer y combatir las injusticias. Como concluye González Serrano, "sin la facultad para encontrarnos mal, perdemos nuestra facultad para denunciar, cívicamente, las iniquidades contemporáneas".


En un momento en que la diversidad y los derechos humanos están bajo amenaza, es crucial recuperar el valor de todas nuestras emociones, no como debilidades, sino como herramientas para construir sociedades más justas y equitativas.


Referencias:


 
 
 

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